lunes, 1 de septiembre de 2014

El encuentro personal

No hay experiencia humana más hermosa y plena que el encuentro personal con un tú. ¿Puede el lector recordar alguna vivencia parecida en su vida? Si es así, recordará también que en ese preciso instante el otro, el tú, no hablaba, sólo escuchaba; él estaba allí plenamente para mí, y yo notaba que mi persona era lo más importante para él. Y entonces puede surgir una cercanía espiritual entre ambos, que no necesita ser tematizada ni analizada. Es “el encuentro”. Me parece que estos encuentros personales son las pequeñas profecías del encuentro definitivo con el TÚ con mayúscula, el encuentro con nuestro Dios en la eternidad.

Esto fue lo que le ocurrió al joven Günther M. Boll cuando se encontró por primera vez con el Padre Kentenich, con el Fundador de Schoenstatt. Tenía veintiocho años. Cuatro años antes el joven Boll había sido expulsado junto con otros compañeros del seminario de los Palotinos con la seria amenaza de que nunca llegarían a ser ordenados sacerdotes. Dejemos que sea el mismo Padre Boll quien nos lo cuente: 

“Como estudiante del noviciado de los Palotinos (a partir de 1951/1952) estuve implicado en  la polémica referente al Padre Kentenich durante el tiempo de su exilio. Muy pronto tuve claridad de que en este asunto se jugaba mucho más que la aclaración objetiva de algunas cuestiones controvertidas. En la historia de salvación se dan siempre momentos en los cuales la misteriosa conducción de la Divina Providencia introduce a las personas en la órbita de una misión divina. El “sí” a esa historia de conducción provocará un ‘cambio de aguja’, un cambio de vía para toda la vida. Para mí el punto culminante de esta conducción fue el encuentro personal con el Padre Kentenich en Milwaukee, en el año 1959. ….. Desde el principio noté que en este encuentro se ponían en juego dentro de mí fuerzas espirituales muy profundas. Yo nunca había experimentado sensación semejante. Desde lo más íntimo de mi ser surgió algo que me movía sobremanera. Exteriormente transcurría todo tranquilamente y sin llamar la atención, pero estaba claro que mi destino estaba en juego. Dios tenía su mano en los acontecimientos.”

El Padre Boll estuvo cuatro semanas con el Padre Kentenich en Milwaukee. El primero llegó al lugar del exilio con muchas preguntas sobre los acontecimientos y sobre la misma vida del Fundador. Este último le dedicó al recién llegado mucho tiempo, varias horas al día. Le posibilitó además el conocimiento de muchos escritos y estudios sobre los temas tratados. Pero lo más admirable fue que con el paso de los días y de las horas la conversación fue cambiando: el joven Boll experimentaba algo especial, algo que le asombró. Con toda naturalidad podía hablarle al Padre Kentenich de temas muy personales; de pronto se dio cuenta que ya no le daba vergüenza hablar sobre sí mismo. Tuvo la seguridad de que el Fundador estaba allí solo para él. Se había producido el verdadero encuentro personal. 
Todo lo acontecido lo explica y resume el Padre Boll en su libro con una anécdota ocurrida en Milwaukee: el Padre Kentenich había recibido a una señora que quería hablar con él. Al final de la conversación el Padre poniendo su mano sobre el corazón le dijo: “Y todo eso  vive ahora aquí”. La señora se lo contó después al Padre Boll; éste consideró la experiencia como propia y vio en el gesto de la mano en el corazón el resumen de sus vivencias. “Al final de las cuatro semanas supe que mi vida había cambiado, y que esta experiencia estaría siempre actuando en mí, y así fue.”

Nos cuenta el Padre Boll en su libro que fue un hermano de comunidad, el Father Jonathan Niehaus (1960-2012), el que le animó a contar en las páginas del mismo lo ocurrido en el primer encuentro con el Padre Kentenich en Milwaukee. Quiero intuir que con este capítulo el autor del libro deseaba además que sus lectores captaran la importancia de los vínculos personales. Desde los comienzos del Movimiento de Schoenstatt fueron estos encuentros personales los que marcaron la vida y el acontecer pedagógico del mismo. Sin estos encuentros no se entendería el “entrelazamiento de destinos” existente entre el Fundador y su séquito. El Padre Kentenich mismo le dijo al Padre Boll que sin estos vínculos personales no sería posible la existencia de Schoenstatt. En el pequeño y desapercibido trabajo de las conversaciones y del acompañamiento espiritual fue creciendo el Movimiento. Por eso el significado de la frase “ante todo mi corazón”, que se pronunció en el origen de Schoenstatt, seguirá siendo el proceso clave y necesario para todo lo que surja en el futuro.



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