lunes, 15 de septiembre de 2014

El hombre nuevo en la comunidad nueva


En su anhelo de dar a conocer la persona del Fundador de Schoenstatt, el Padre Boll inicia su andadura mostrando algunos rasgos característicos del talento pedagógico del Padre Kentenich, comenzando con la idea del “hombre nuevo y de la comunidad nueva”. Palabras familiares para los miembros del Movimiento, dado que las mismas son el enunciado del primer y fundamental fin o meta de Schoenstatt. 
(Añado para los que se acercan por primera vez a la figura del Padre Kentenich que este “hombre nuevo” tiene en Schoenstatt tres características distintivas: es un hombre libre; es un hombre anclado “en el más allá”, y es un hombre comprometido históricamente con los hombres y con el mundo.)

En el texto del capítulo que comento captamos que esta idea no fue el resultado de una elaboración teórica, propuesta o enunciado de una posible meta para el Movimiento, sino que fue una “idea innata” regalada por Dios al Fundador ya en sus años de niñez y juventud. Está claro que el niño Kentenich no hubiera podido expresar de forma reflexiva estas palabras, pero sí es cierto que esta imagen vivía en lo más profundo de su alma. Será después, pasados los años, cuando se muestre con toda claridad en su labor pedagógica.

Él mismo lo explicará en unas reflexiones que hizo para su comunidad más cercana y que el Padre Boll trae al libro que comento: “Es conocido que ya en mi niñez tenía ante mis ojos el ideal del hombre nuevo y de la comunidad nueva, que se orienta siempre hacia el nuevo horizonte de los tiempos sin por ello cortar el contacto con el pasado. Al principio la idea vivía en mí en unos contornos muy generales. Pero año tras año fue tomando cada vez más una forma concreta, que se arraigó fuertemente en mí a través de las circunstancias del nuevo tiempo. Cuando recibí el encargo pedagógico – fue en el año 1912 – pude iniciar ya mi trabajo con planes ya preparados. Más tarde lo llamé “idea innata”. …… Innata no en el sentido filosófico, normal, sino desde el punto de vista pedagógico. Esto es: la misma no había sido tomada en su totalidad de alguien en concreto, sino que creció en mí a partir de mis observaciones sobre mí mismo y sobre los demás, sin influencia de otros maestros o sistemas. Se trató siempre del ideal del hombre nuevo en la comunidad nueva con un sello apostólico universal”
O sea, se trata de algo que Dios puso en el alma del joven José Kentenich para que, según dirá él mismo años después, pudiera llegar a ser “padre” de muchos “en la fe”. Esa paternidad comienza a manifestarse con el encargo de “Director Espiritual” en el año 1912. En ese momento “él ya estaba listo”.

“Año tras año fue tomando una forma concreta”: a este conocimiento llegaría el Padre Kentenich a través de sus vivencias como niño en un pequeño pueblo alemán - adonde se vivía el inicio de un cambio cultural por la cercanía pujante del mundo industrial -, a través de su experiencia escolar, por la destacada actitud pasiva asignada al educando y la total carencia de vínculos entre el educador y los educandos, y entre ellos mismos, y por último a través de los problemas de salud y de la propia crisis juvenil que sufrió el mismo Kentenich en el seminario. Al referirse a estas experiencias el Fundador dice: “No hubo ninguna persona (terrena) que ejerciera una influencia personal en mí, durante todos mis años de formación. Sólo María fue mi educadora”.

Lo que vivía en su corazón como gracia y desafío se mostrará con el tiempo en una misión y carisma para regalarlo a los demás. El Padre Kentenich lo vivirá personalmente con ocasión de la primera charla que dio el 27 de octubre de 1912 como Director Espiritual a los estudiantes palotinos que le habían sido encargados: el mundo que él poseía en su interior se muestra por primera vez en público y comienza a ser efectivo pedagógicamente, penetrará la totalidad de las vidas de sus educandos. 
El Fundador lo explica así: “Es de gran importancia saber que el mensaje que yo trasladé entonces a los jóvenes con una cierta solemnidad puso también de manifiesto en líneas generales el sentido de mi vida. Se trata por tanto no sólo de un acontecimiento importante para la historia de la Familia sino también para mi propia historia de vida”. El don que recibió el Fundador, la “idea innata” regalada por Dios,  será la misión de su fundación para todos los tiempos: de la mano de María educar al hombre nuevo y formar la nueva comunidad.


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