lunes, 13 de octubre de 2014

La seguridad del péndulo

El Padre Boll nos sigue hablando en estas páginas del libro sobre “el hombre de fe” que él encontró en el Padre Kentenich. Se refiere en primer lugar a la seguridad que le caracterizaba en sus relaciones con el Dios de la vida: cuando el Fundador hablaba de lo ocurrido, por ejemplo, en la historia del Movimiento de Schoenstatt, relataba no solo los hechos como una realidad concreta en un momento dado, sino que los veía y describía como el resultado de la  actuación de Dios y de la respuesta humana a los deseos divinos. Y esto no era en él una disquisición intelectual, sino que se trataba de experiencias existenciales que se apoyaban en una teología espiritual de la experiencia. Así, cuando el Fundador se refería a la seguridad que le da al hombre de fe la confianza en Dios, la definía como “la seguridad del péndulo”. El creyente, como un péndulo, está anclado y bien seguro “arriba”, en Dios, pero a la vez está expuesto “abajo” a la realidad terrenal que lo puede mover y lo mueve con muchos vaivenes e inseguridades.

En el trato personal con el Padre Kentenich, Boll fue adquiriendo un conocimiento mayor sobre la personalidad del Fundador. Dios lo había enriquecido con abundantes gracias, pero lo que más le caracterizaba era la imagen que tenía del Dios de la vida y su continuo esfuerzo por descubrir la voz divina en los acontecimientos concretos de la vida. Siempre estuvo dispuesto a responder a las indicaciones y a los deseos de Dios con una flexibilidad que nunca se debilitaba. Fue el hombre convencido de una “historia de conducción divina” que se va construyendo con el devenir de los acontecimientos. Él citaba a menudo a San Ignacio de Loyola: "Deum quaerere, Deum invenire in omnibus" - "Buscar a Dios, encontrar a Dios en todo".

Precisamente las palabras – “historia de conducción divina” – son la expresión más precisa de la experiencia que supone vivir en y desde la fe en la Divina Providencia. Así ocurrió en la historia de salvación, antiguo y nuevo testamento, y así ocurrió también en la vida del Padre Kentenich y del movimiento qué él fundó. Los cauces por los que el Dios de la vida eligió a sus “colaboradores” y los utilizó para conducir a su pueblo a través de los tiempos fueron muy similares en la historia de salvación y en la historia de Schoenstatt, salvando, claro está, las circunstancias distintas que se daban en ambos casos.

Como Abraham, el Padre Kentenich fue elegido para ser padre de muchos hijos en la fe y así conducirlos a Dios. Para eso tuvo él mismo que experimentar los claroscuros de la fe, luchar como Job con el Dios de la vida. En alguna ocasión el Fundador habló del “martirio de la fe en la Providencia”: quien se deja conducir tan intensa y exclusivamente por Dios, y hace depender totalmente sus decisiones de las señales divinas, tiene que estar dispuesto a experimentar no solo la claridad gozosa de la luz sino que tiene que contar también a veces con la más absoluta oscuridad.

El Padre Boll cuenta que en una ocasión el Padre Kentenich le habló de todas las dificultades de su vida, de las acusaciones e incomprensiones a las que fue sometido. Al final del relato, después de un largo silencio, el Fundador dijo en voz baja: “Que yo haya soportado todo a lo largo de mi vida, y que a pesar de ello haya sido capaz de seguir trabajando …… sería absolutamente inexplicable sin una experiencia profunda de Dios”. José Kentenich, un hombre de fe que ha llegado a ser padre en la fe de otros muchos que providencialmente le han conocido.

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