lunes, 19 de enero de 2015

Una red de santuarios

El Santuario de Schoenstatt surge, como hemos visto en las “entradas” anteriores, a partir de una relación personal viva entre la Santísima Virgen y las personas del entorno correspondiente. El Santuario es algo más que un edificio, más que un lugar sagrado, es principalmente un proceso vital. El Padre Boll nos recuerda que en este proceso lo decisivo es el anhelo y el esfuerzo por mover a la Santísima Virgen a que Ella se establezca en medio de ese lugar y que desde allí actúe regalando sus gracias especiales. Por la parte humana el Santuario está vinculado al compromiso de ayudar a que esto se haga realidad por medio de la oración y el esfuerzo personal por la santidad.

Teniendo en cuenta este planteamiento y a la vista de las experiencias de las primeras generaciones de personas vinculadas al Santuario de Schoenstatt en Alemania, no es de extrañar que con el tiempo haya surgido en todo el mundo una red de Santuarios que hablan del amor de la Madre de Dios por sus hijos y que quieren contribuir de forma decisiva en la nueva evangelización.

Ya  a principios de los años cuarenta del siglo pasado, en plena guerra mundial, hubo personas que habiendo experimentado personalmente las gracias del Santuario en Schoenstatt, y que por diversas circunstancias se encontraban fuera de Alemania, en concreto en América del Sur, sintieran el anhelo de visitarlo sin posibilidad alguna de hacerlo. En concreto, un grupo de Hermanas de María que habían sido enviadas a las misiones en Uruguay se sienten movidas a construir una réplica del Santuario para poder ofrecer a las personas de su misión las experiencias de cobijamiento, transformación interior y anhelo apostólico con las que ellas mismas habían sido regaladas.
Piden permiso al Fundador y en el año 1943 se construye allí el primer “Santuario filial de Schoenstatt” en el mundo. Hoy son más de 200 Santuarios los construidos en los cinco continentes y que vinculados estrechamente al origen, al Santuario original en Schoenstatt, son lugares de peregrinación y gracias especiales.

La práctica pastoral del Padre Kentenich será también providencialmente decisiva en la construcción de esta red de santuarios. En el tiempo de su exilio en Milwaukee/USA  el Fundador tendrá la oportunidad de ayudar a un nutrido grupo de matrimonios en su formación y anhelo religioso. Muchos de estos matrimonios sentían la necesidad de ayuda en la educación de sus hijos y en las preocupaciones de su vida diaria. La crónica cuenta que una de las mamás del grupo, después de haber leído la charla del Padre Kentenich a los primeros congregantes, conocida como Acta de Fundación, le preguntó al Fundador si no sería también posible invitar a la Santísima Virgen a que se estableciera en su hogar, y que allí Ella actuara como lo hacía en el Santuario original y en los Santuarios filiales.

La reacción del Padre Kentenich fue: “Let’s try” – “Probemos”. Era habitual en nuestro Fundador el estar abierto a las voces del alma de los suyos, y a descubrir posibles sugerencias de Dios en la actuación de las personas. Los frutos de vida serán la confirmación del querer de Dios. Pasado un tiempo, y después de constatar la actuación de la Santísima Virgen en los hogares de aquellos matrimonios, el Padre Kentenich dijo: “Y ahora escuchen muy bien: Lo que voy a decir es de importancia elemental para el futuro: Todo lo que es válido para el Santuario Original y los santuarios filiales, es válido también para el Santuario Hogar.”  ( P. J. Niehaus, 2013). A partir de estos inicios surgirá una red de santuarios hogares por todo el mundo, lugares santos en medio del quehacer diario, fuente de vida cristiana y auxilio para tantas familias que así lo viven.

El núcleo de este “organismo de los santuarios” se va a cristalizar en el “santuario del corazón”. Dios habita en nuestros corazones desde el día del bautismo, Él es el “Dios de mi corazón”. El Padre Kentenich hablaba del santuario del corazón como “el cielo dentro de mí”, como el lugar privilegiado del encuentro de la persona con Dios. Y así la persona misma se convierte por su anhelo y por la gracia de Dios en un santuario vivo, lugar desde el que se reflejará la luz de Cristo a los demás.

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