lunes, 16 de marzo de 2015

“¡Toma tu cruz, y sígueme!”

El Padre Boll sigue comentando en las páginas de su libro algunos de los aspectos que caracterizan al “santo de la vida diaria” o a quien desea serlo. Como prólogo de este capítulo nos dice: “Otro aspecto central de la santidad de la vida diaria es la forma de relacionarse con las experiencias doloras. Enfermedades graves o golpes del destino, la pérdida de un ser querido o la experiencia de las propias limitaciones personales nos plantean a cada uno de nosotros la pregunta del porqué y para qué. Una contestación general válida no existe. Como cristianos nos orientamos por el ejemplo de Jesús. Sabemos que la realidad de la cruz y el dolor es parte integrante e ineludible de nuestra vida. ……. Si buscamos el sentido del dolor, nuestra fe nos abrirá nuevas dimensiones que traspasan lo puramente doloroso o peligroso. Para poder captarlas verdaderamente, necesitamos previamente haber hecho la experiencia de sabernos incondicionalmente amados. Quien sabe de su propia grandeza como hijo de Dios, puede aceptar su pequeñez con auténtica humildad y presentarla al Buen Padre Dios.”

El dolor y el sufrimiento son y seguirán siendo un misterio para nosotros, algo inaccesible a nuestro entender y difícil de explicar. Y a pesar de ello sabemos que ambos desempeñan un papel predominante en la vida humana. Nosotros, por otra parte, como seres humanos temblamos normalmente ante la cruz y el dolor; no quisiéramos tener nada que ver con ellos.

El Padre Kentenich en una de sus homilías en Milwaukee se preguntaba: “¿Cómo podemos justificar a un Dios que es amor ante tanto dolor y cruz en el mundo? ¿De dónde viene tanto dolor? …….. ¿Podría explicarlo la pura razón natural? En cierto sentido, sí; pero no explica mucho. ¿Podría hacerlo la razón iluminada por la fe? Esta explica algo más, pero no todo. En último término, el enigma, el misterio de la cruz, sólo va a ser revelado en la visión beatífica, cuando contemplemos a Dios cara a cara.”

Para hacer frente al sufrimiento necesitamos una seria actitud de fe en nuestra vida. Sabemos, porque así lo hemos aprendido, que el origen del dolor está en el pecado original: “Cruz, dolor y, en último término, la muerte – la muerte dolorosa, como la que todos debemos experimentar – son consecuencias del pecado original. Si no existiera el pecado original, si no hubieran pecado Adán y Eva, el hombre estaría libre de cruz y de dolor y no necesitaría morir. La fe me lo dice. Pero, (dice el Padre Kentenich) repito que aquel que razona con tranquilidad percibe que se explica un misterio con otro misterio. …. Mis queridos fieles, no olvidemos esto: si la escuela del dolor no es una escuela de la fe, jamás lograremos solucionar la realidad de la cruz y del dolor en la vida.

El santo de la vida diaria medita en su itinerario de fe aquellas palabras de Jesús: “Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán … No está el discípulo sobre el Maestro, ni el siervo sobre su amo; bástale al discípulo ser como su maestro y al siervo como su señor” (Mat 10, 24 sig.). Para el que aspira a seguir a Jesús, el misterio del dolor se hace un “mysterium crucis”. En este valle de lágrimas quiere estar  crucificado en la cruz de Cristo de forma paciente, voluntaria y alegre, porque desea vivir en una íntima vinculación con Jesucristo, que cargó con su cruz y murió por amor a los hombres. Con Jesús podrá decir: “Hágase tu voluntad”, y también  “Padre, no se haga mi voluntad, sino la tuya”.  

El Padre Kentenich nos invita a plantearnos así el sentido de nuestra vida: “¿Cuál es, entonces, el sentido de mi vida? Un misterioso grado de participación de la gloria de Cristo en toda la eternidad. ¿Y qué supone esto? ¿No tuvo que sufrir Cristo para entrar en su gloria? (Lc 24,26). Por lo tanto, el sentido de mi vida es también un misterioso grado de participación de la vida de dolor y de la muerte de Cristo aquí en la tierra.” Por eso, aquello que otros temen y evitan, el cristiano que aspira a la santidad de la vida diaria, sabiéndose también hijo amado del Padre, lo acepta, lo ama y lo busca como medio excelente de expiación y de purificación, y está convencido de que la escuela del sufrimiento es también una escuela de amor.

Para ser discípulos aplicados en esta escuela podríamos tomar de vez en cuando en nuestra mano una cruz con Cristo crucificado y recordar lo que le dijo una vez el fundador de los Oblatos a un hermano de su comunidad en el momento que le daba el crucifijo de profeso: “En el reverso de la cruz debéis crucificaros a vos mismo. Un futuro misionero pertenece a la cruz.” La cruz pertenece también a todos nosotros.


1 comentario:

  1. Hola Paco,

    sólo una cosa (no estoy seguro de lo que voy a poner pero lo pongo):

    Yo creo que no tenemos que buscar la cruz, aunque sí buscar hacer Su voluntad.

    Si Su voluntad es pasar por la cruz, entonces sí.


    ResponderEliminar