lunes, 6 de abril de 2015

El amor como ley fundamental del mundo


“Amaos los unos a los otros como yo os he amado” (Juan 15, 34). Siguiendo la escuela de Juan ponemos en el camino de la “santificación de la vida diaria” un especial interés en nuestra vinculación a los demás. Nuestra relación personal con las demás personas quiere estar marcada por un intenso amor, tal como el mismo Cristo nos lo ha mostrado con su vida, muerte y resurrección.

Sabemos que en el centro de la espiritualidad de Schoenstatt está la alianza de amor. El Fundador de Schoenstatt decía que la alianza de amor es una expresión muy efectiva y profunda de la ley fundamental del mundo que es el amor. Las fuentes de su inspiración en esta materia son el pensar y la pedagogía de San Francisco de Sales  así como las cartas de Juan en el Nuevo Testamento. El amor como ley fundamental del mundo pasa a ser la ley fundamental de la vida y de todo proceso pedagógico humano; no el temor y el miedo que, a veces, la antigua tradición cristiana nos enseñaba.  Kentenich habla a propósito de este cambio de acento de un “cambio copernicano” en nuestra ascética.

Veamos cómo es esto desde el punto de vista de Dios: Dios es amor, amor es “el motivo de todos los motivos, o el principal motivo que sobresale en toda su actuación divina”. Dios, en primer lugar, hace todo por amor. No es la justicia, ni su soberana libertad, ni su poder, creatividad o sabiduría, la ley fundamental del mundo, sino que es el amor. Dios actúa también mediante el amor, sus acciones son actos de amor. Y finalmente, Dios hace todo para el amor: la última meta de su actuar es llegar a la unión perfecta de amor con las personas, ya aquí en la tierra y después en toda la eternidad.

Desde el punto de vista de la persona podemos decir algo parecido. Si el ser humano es imagen de Dios, el lugar y valor que ocupa el amor en sus actos tienen que ser también semejantes a los de Dios. Por ello se podría formular que el principal impulso del hombre es el amor, y que este impulso inicial está en la base de todos los otros impulsos de la vida humana. Todo en la persona debe estar motivado por la ley citada anteriormente: “todo por amor, mediante el amor y para el amor”. El Padre Kentenich considera que todo lo que ocurre en el mundo es parte de una inmensa corriente circular de amor, que sale de Dios y regresa al mismo Dios.

En el libro de la santificación de la vida diaria leemos: “el amor es el compendio, la síntesis, la plenitud de todos los preceptos y consejos del cristianismo” (Pág. 256). Para el que aspira a la santidad en la escuela de la alianza de amor, es precisamente el amor el que da el tono y caracteriza a todas nuestras vinculaciones, ya sea nuestra vinculación a Dios, nuestra vinculación a las cosas y al trabajo, nuestra postura y reacción ante el dolor y el sufrimiento, y nuestras vinculaciones con todos les seres humanos que nos rodean.

En el pensar del Padre Kentenich constatamos que la motivación del amor pasa a ser la motivación de todas las demás actitudes y valores humanos. Por eso el hombre que ama, no sólo actúa por amor, sino que el amor le lleva a la responsabilidad, a la justicia, a la verdad, a la amabilidad, a la cortesía, a la alegría en el trabajo, al interés por las cosas, al sentido del honor y a la paciencia, a la preocupación por el prójimo y el bien de los demás.

El Padre Boll concluye este capítulo de su libro así: “Si queremos resumir en un punto el concepto de la ‘santificación de la vida diaria’, podríamos condensar los diversos aspectos que hemos tratado en una palabra: ¡santos de la vida diaria son personas de un gran amor!

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