lunes, 11 de mayo de 2015

Espiritualidad de alianza

El tercer elemento de la piedad o espiritualidad original que el fundador de Schoenstatt vivió y regaló a su familia espiritual es, junto a la santificación de la vida diaria y a la piedad instrumental, la piedad o espiritualidad de alianza.

La historia de nuestra redención es una historia de alianza. Dios selló al principio una alianza con los hombres que mantuvo durante todos los tiempos con el pueblo elegido – a pesar de sus infidelidades -, y que posteriormente, a través de su Hijo Jesucristo, selló también con toda la humanidad. Dios es el que “está ahí”, el que ama, el que desea atraer a todos los seres humanos a una comunidad de vida y de amor. Como respuesta a este anhelo, el Buen Dios espera de la criatura una entrega de amor. El Padre Kentenich citaba a menudo a un teólogo franciscano, Johannes Duns Scotus (1266-1308), que decía: “Deus quaerit condiligentes se” – “Dios busca a personas que le amen”. La espiritualidad de alianza es el estilo de vida de aquel que está en diálogo constante con el Dios de la alianza en todas las situaciones de su vida.

Si repasamos el Antiguo Testamento podremos constatar esta realidad: desde Noé, pasando por Abraham y Moisés, por el Monte Sinaí, y los profetas, Dios es fiel a su alianza. Hubo tiempos de infidelidades, de renovaciones de la alianza, pero siempre una alianza que marcó a las personas y al pueblo escogido. El gran hito en la historia de salvación se produce con el envío del Hijo de Dios a la tierra. Cristo ha fundado con su vida y su muerte en cruz “la nueva y eterna alianza”. Todos nosotros hemos sido incorporados a esta alianza a través del bautismo. La expresión simbólica más fuerte de esta nueva realidad es la imagen de la esposa y el esposo, la imagen de la alianza de Cristo con su Iglesia. Otras imágenes bíblicas nos recuerdan esta realidad – el reino de Dios, el pastor y sus ovejas, la viña y su dueño, la vid y los sarmientos, la casa de piedras vivas, el padre y el hijo – todas ellas nos muestran diversas perspectivas de esa fascinante historia de amor entre Dios y sus criaturas, entre Dios y nosotros.

Al repasar las explicaciones del Padre Boll en su libro respecto de la alianza, me doy cuenta que él desea mostrar un aspecto importante para la reflexión. Es verdad que cada cristiano está incorporado a través del bautismo a la alianza con Cristo y con Dios, pero también es cierto que en el cuerpo místico de Cristo se da el fenómeno de que el Espíritu Santo llama a una serie de personas para que formen comunidades religiosas, ya sean Órdenes, congregaciones o movimientos que aportan una originalidad concreta a la riqueza de todo el pueblo de Dios. Conviene tener en cuenta esta diversidad querida y sugerida por el Espíritu Santo cuando hablamos de la espiritualidad de alianza. Como Movimiento de Schoenstatt nos encontramos en esa corriente de experiencias religiosas, abriendo un nuevo capítulo con esta espiritualidad original como intuición primigenia para la vida espiritual y para la acción apostólica.

El Padre Kentenich lo resume así: “Para nosotros, la alianza de amor con la Virgen …. es una profunda renovación, confirmación y aseguración de la alianza bautismal, es decir de la alianza con Cristo y el Dios Trino. Cada consagración y cada alianza que expresamos y renovamos en ella, significa para nuestro pensar y querer una decisión nueva, libremente querida y elegida, por Cristo, su persona, sus intereses y su reino. ….. Es sinónimo de un crecimiento más profundo hacia una comunidad estrecha de amor entre nosotros, Él y el Dios Trino.” (De la ‘Carta a José’, 1952)


Nuestra experiencia y la fecundidad experimentada hacen que hablemos de la alianza de amor como la forma, sentido, fuerza y norma fundamentales de nuestra vida. Una vida de alianza y en alianza es el sello característico de todas las comunidades de Schoenstatt, y es la riqueza que nos ha sido regalada por el Espíritu Santo para que la demos a su vez a los demás, como enriquecimiento del cuerpo  místico de Cristo que es su Iglesia.

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